Mia y el canje de fantasía

Esa noche nos quedamos hablando en el coche, antes de que entrara a su departamento. De vez en cuando solíamos hablar un poco de nuestra intimidad antes de despedirnos, haciendo recuento de vivencias, deteniéndonos a repasar detalles, consultándonos y describiéndonos sensaciones de los momentos de mayor intensidad; en general, compartíamos impresiones de nuestros últimos o más memorables encuentros. Ya era común que al ahondar en algún tema la compostura no diera para mucho y acabáramos por olvidar la dificultad de maniobrar dentro del estrecho pero cómplice espacio entre los asientos y el techo del auto o esquivando despistadamente el incómodo acecho de los mirones que nunca faltaban. Cómplices al fin nos entregábamos al placer.
      Esta vez sucedió algo diferente, un pequeño paréntesis. Sin proponérnoslo empezamos a canjearnos fantasías. El juego empezó con mi fantasía de hacerlo en tal o cual lugar, después ambos empezamos a sugerir posiciones que no habíamos intentado y que cada uno tenía en mente por morbo o curiosidad qué sé yo, luego en el doble diálogo del hablar y pensar me cuestionaba a mí mismo ¿padecíamos falta de confianza? ¿falta de sinceridad? Nunca habíamos hablado de esa manera. En aquel entonces alcancé a darme cuenta de que nos faltaba mucho por descubrir, que nos limitaba lo que conocíamos, pero en el fondo también sabía que éramos jóvenes, que teníamos mucho que recorrer, percibía que podíamos darnos a la aventura de experimentar cosas diferentes, emocionantes, excitantes, nuevas.
      Así la plática nos fuimos acercando a otras regiones que no habíamos explorado, llegando a coincidir en el deseo por una penetración anal con alguno de los juguetes que teníamos pensado comprar “en un futuro” según nosotros. Nunca habíamos hablado tan francamente de nuestros deseos y nos sentimos tan libres y excitados a la vez, que no pude evitarlo, me encendí. El hablar con ella de mis deseos y fascinaciones, fetiches y demás, me hacía sentir algo nuevo, se abrían las posibilidades para ambos como pareja sexual. Ninguno de los dos nos habíamos atrevido siquiera a mencionar lo que irónicamente siempre habíamos deseado. Al punto llegó el grado de sinceridad que en mi excitación empecé a absorber la conversación y le confesé que una de mis fantasías era ser seducido por una prostituta. Ella sabía que yo lo había hecho antes con prostitutas y sabía también, por lo que yo le había contado, que era algo frío, muchas veces actuado, pero en mi fantasía las cosas eran muy diferentes. Quise transmitirle tal cual mi fantasía, me esmeré en detalles describiendo a la mujer, una rubia delgada de medias negras y minifalda de piel, una blusa escotada que delicadamente insinuaba más que enseñar y un cigarro a 
medio consumir fueron otros datos que le proporcioné. Poco después me expresé clara y sinceramente acerca de lo que me excitaría más: No la voluptuosidad o las formas de su cuerpo sino su sensualidad atrevida, la forma en que se dirigiría hacia mí, su aterciopelado tono de voz, sus tacones altos, sus labios rojo carmín, un liguero, una tanga de color azul. Sin darme cuenta estaba siendo además de franco egoísta pues hablaba del placer fantástico que en mi imaginación encontraría, y dejé de hablar de un nosotros, acabé hablando de mí.
      Para cuando reaccioné en su rostro se había dibujado –exactamente no supe en que momento- una máscara de 
seriedad sepulcral, me quedé helado. Se despidió con un beso apresurado acompañado de un te veo mañana a la misma hora lo cual interrumpió y puso fin a lo que pensé que podría haber sido el comienzo de una nueva etapa en la relación.
      Me fui bastante confundido, con pensamientos contradictorios, por un lado arrepentido de haber abierto tanto la boca y haber sido tan sincero y directo o mejor dicho tan egoísta, por otro lado pensaba y sentía algo nuevo en mí, se había asomado en mi cabeza una idea que me decía que si ella era mi pareja podía confesarle todo y estábamos el uno para el otro para una cosa u otra, además sentía que en mi sexualidad afloraban nuevas inquietudes de manera natural, dudaba, me confundía ¿era o no era eso una pareja? ¿Había exagerado al confesarle mis deseos? ¿Cómo lo había tomado? ¿Se molestó? ¿No volveríamos a tocar el tema como si nada hubiera pasado hasta que en el acaloramiento de una discusión se detonara? Por un instante había llegado a sentir la confianza que nunca se había abierto entre nosotros, por eso me explayé hasta donde lo hice, no quise decir que en la primera oportunidad buscaría una prostituta para hacerlo, realmente lo confesé como la fantasía del altar platónico, por el placer de confesárselo a ella como se confiesa un secreto que no se puede guardar más y que solo se abre para una persona porque esa persona es especial para uno o mejor dicho porque se confía en ella, sin embargo me quedaba un sentimiento extraño de angustia, casi de culpabilidad: Debí o no llegar hasta donde llegué. Decidí no darle más vueltas al asunto y dejé que corriera el tiempo hasta nuestra próxima cita.
      Llegué puntual como la mayoría de las veces, un poco molesto cuando ya habían pasado quince minutos, pues ella sabía que me molestaba la impuntualidad, hasta imaginé que era una forma de mostrarme su descontento por lo de la noche anterior, alucinaciones mías. Por otra parte también me encontraba nervioso aunque con grandes esfuerzos trataba de ocultarlo. Me recliné en el asiento tratando de relajarme y encendí un cigarro, prendí el radio, cerré los ojos. Casi di un sobresalto cuando escuché su voz y una seriedad que no supe interpretar: Sin subirse al coche me entregó una rosa y un sobre cerrado, me besó la frente y me pidió que lo leyera “antes de seguir” fueron sus palabras. Subió apresurada a su departamento.
      Me intrigaba. ¿Era una despedida? ¿Había sido quizás solo algo que le molestó y no quería que nos viéramos por ese día o acaso para siempre? Abrí el sobre con la expectativa inquieta y el deseo de encontrar algo que me dijera que las cosas no eran tan graves. Era una nota que decía:
      “Amor: No sé qué pasó ayer, creo que me quedé tan confundida como tú, fue tan diferente a lo que habíamos hablado antes. Las cosas tendrán que cambiar, al menos para mí y espero y confío en que estarás de acuerdo por el bien de la relación. Estoy segura de que lo nuestro no volverá a ser igual, pero eso lo hablaremos después. Lo he pensado mucho y he tomado una decisión. No quiero verte hoy, me siento un poco intranquila la verdad, pero se me va a pasar, lo sé. Quiero que te encuentres con alguien esta noche, estará esperando en la dirección que verás al final, a las once en punto de hoy. Todo está arreglado, no hagas preguntas, no tendrás respuestas. Prefiero que lo vivas ahora mismo a que lo hagas después, por favor te lo pido, sé que quieres hacerlo por lo que me dijiste ayer, no pongas ninguna objeción. Te agradezco tu sinceridad, la prefiero siempre y por 
sobre todas las cosas, lo sabes porque hasta en eso coincidimos, piensas igual.
      Si quieres que sigamos juntos diviértete con ella esta noche al máximo, quiero que lo hagas. Si por el contrario no quieres hacerlo olvídate de mí para siempre y lo digo en serio. Mi decisión es definitiva y creo que lo entenderás aunque no sé exactamente cuándo, yo tampoco. Te quiere, sin reservas, Mia.
      Álvaro Obregón 1758 
      Colonia Centro”
      Obviamente me impresionó. Lo releí. Otra vez no sabía cómo actuar al respecto, sabía muy bien que cuando ella decía algo, nada más podía hacerse al respecto si de por medio estaba su “ya lo decidí y es definitivo”. Me preocupaba su actitud, hablaba de un cambio, vislumbré pasos atrás en la relación, sería volver a empezar o no hablar más de sexo y caer en una rutina, o frecuentarnos menos o acabar con lo que pudiera quedar de confianza entre los dos ¿qué pasaría? ¿Acaso me estaba probando para ver si lo hacía? Eso debía ser, una prueba. Releí varias veces el mensaje. No, no estaba jugando, para qué engañarme, no era para probarme, tenía menos de un año de conocerla pero sabía perfectamente que cuando Mia hablaba en serio, no usaba trucos y no los usaría, era algo real.
            No hay nada más cierto, es muy común que el hombre sea educado para ser más liberal y egoísta, por otro lado la mujer juega la mayoría de las veces de manera sumisa su papel de pareja, me hacía sentido su actitud, pero ¿y si la perdía? o mejor dicho ¿si perdía lo poco que llevábamos ganado en la relación? Me repetía una y otra cosa en la encrucijada. Quería a Mia.
      Once en punto. Era una esquina del viejo centro de la ciudad, una casa verde y una luz encendida, no salí del coche esperando que saliera, empecé nuevamente a alucinar, es increíble cómo trabaja la imaginación. Sabía cómo era hacerlo con alguien que espera a cambio dinero y realmente no era lo que pretendía, después de lo que había vivido con Mia, sin embargo en mi fantasía la prostituta era sensible y se entregaba, era sensual sin actuarlo exageradamente, tenía estilo aunque fuera atrevida. Otra vez regresaba a la fantasía, me sorprendía como un policía al acecho de los pensamientos que me cruzaban la cabeza.
      En el reflejo del espejo retrovisor de espaldas una mujer delgada de piernas  envueltas en unas medias negras, una minifalda, la rubia escupiendo humo de cigarro, montada en un par de tacones altos. Respiré hondo nerviosamente, otra vez Mia en mi cabeza, dudé en salir, la nota de Mia, mi fantasía. Salí del coche. Volteó y tiró el cigarro, me hizo un ademán para que la siguiera. Un hola espantosamente bobo se me escapó de las entrañas. No volví a pronunciar otra palabra. La seguí. Caminaba a unos pasos delante de mí contoneándose con sensualidad no lo niego, sin exageraciones. Apresuré el paso para alcanzarla y levantó la mano de largas uñas rojas para hacerme una seña de que la siguiera despacio. Una pequeña bolsa negra, una blusa ajustada que me incitó a imaginar el escote. Solo el ruido de los tacones y mis expectativas renovadas. 
      Llegamos a una puerta y al entrar me topé con unas escaleras, apagó la luz mientras yo la alcanzaba y escuché el leve rechinido de una puerta que se abría. La luz tenue de unas velas en una cama grande de sábanas blancas, luego el clic de una puerta de baño que se cierra. Cerré la puerta del cuarto y en la cama una nota que decía: “Ponte cómodo”. La rubia tardó el tiempo exacto, en la penumbra salió despampanante con un perfume suave, la blusa escotada, su bolso, la falda corta. Quería mirarla bien pero adivinó mi gesto cuando volteé a ver el interruptor en la pared. Distinguí otra vez un gesto y esta vez una negativa tenue, muy tenue de su voz. Casi me susurró un “cierra los ojos”. De ahí en adelante las cosas cambiaron, seguí sus instrucciones al pie de la letra. Una mascada o algo muy parecido me cubrió los ojos, ciñendo mi cabeza apenas para que no pudiera ver. Me relajaba cada vez más. Cuando volví a mis adentros me preguntaba ¿cómo llegué hasta aquí? Recordaba la 
nota de Mia. No podía creerlo.
      Me quitó la ropa con mucho cuidado, muy despacio, empezó a acariciarme el pecho solo con las uñas que imaginé postizas. Después pasó casi flotando por mi entrepierna y antes de llegar directamente a mis testículos me tomó las manos y las pasó por encima de las suyas llevándolas al final de sus medias, donde empezaba el liguero. Quería que me diera cuenta de lo que llevaba puesto, Mia le habría descrito todo a detalle. Nunca pensé que el encuentro con una prostituta pudiera excitarme de esa manera, ninguna se hubiera portado así, su forma tan sensual de tratarme, la mascada para dejar muchas cosas a mi imaginación, ponía mucha atención en mi y eso me ponía a tope, pensaba en Mia y en porqué habría hecho esto.
      Era definitivo, la chica era una profesional. No permitía que hubiera en mí lugar para la distracción. Me jaló 
indicándome que me levantara un poco y me puso de rodillas en la cama, me di cuenta de que se desnudaba. Tomó mis manos y me guió para acariciar sus caderas de espaldas a mí, pude rozar su piel suave y tibia, luego tomó mi verga que ya se había hinchado y se las ingenió para ponerme un condón en esa posición, se acomodó de tal modo que me acercaba sus caderas y yo empecé a encajarme muy lentamente en ellas.
      Reconocí en mi mano derecha la forma de un consolador, me susurró “este me lo pones por atrás”. Estaba lleno de algún lubricante o crema que no supe ni tuve tiempo de distinguir. Con mi mano izquierda unté un poco del lubricante que tenía el consolador en su culo y puse en posición el consolador. Lo empecé a introducir muy lentamente y sentí como gemía como reprimiendo el sonido gutural que le quería escapar, cuando lo llevaba a la mitad gimió muy fuerte, sentí su excitación y la mía. Empecé a moverme y a mover el consolador. Estaba tan excitado que pensé que podía venirme pronto fue cuando de repente a un par de minutos de haber empezado ella se calló de pronto estremeciéndose, ¿habría tenido un orgasmo? ¿tan pronto? ¿se excitaría tanto? Se quitó. No dejó que hiciera nada, jadeando me habló al oído sin dejar que me moviera “¿te gustó?” me dijo y solo asentí con la cabeza, me dijo “falta lo mejor, empínate”. Me paralicé, esto iba muy deprisa, la sentí moverse por encima 
de la cama. Me empiné despacio, me ardía el vientre como un volcán a punto de erupción. Se acostó y sentí su cabello entre mis piernas, estaba acostada boca arriba, debajo de mis testículos, lamiéndolos. Me quitó el condón y de pronto de un solo golpe se metió toda mi verga en su boca, casi exploté, estaba tan excitado. No me di cuenta de cuándo empezó a introducir el consolador en mi culo, era tan poderosa la sensación en mi que empecé a gritar como desesperado lo cual parecía ser un indicador que le decía que acelerara el ritmo de sus mamadas. Grité lo más fuerte que pude y sentí el torrente que casi la atragantó, no le importó y me siguió estimulando buscando la última gota, me tendí extasiado boca abajo sobre la cama.
      Se sentó encima de mis caderas y me acariciaba la espalda, me besaba los hombros, se agachó hasta mi oído y me susurró “¿te gustó?”, apenas me recuperaba del orgasmo y repitió ahora en voz alta “¿te gustó mi amor?”. Sentí un escalofrío cuando reconocí la voz. Se adelantó y me dijo “no te muevas, relájate, estuvo riquísimo ¿no crees?”. Mia, mi mujer, no pude contener el sentimiento, lloré, ella estaba llorando, no sé si de emoción o excitación o ambas.
      Estuvimos tumbados media hora sin decirnos nada, me quité la mascada y se quitó la peluca, era más hermosa aún que la última vez. Éramos mi mujer y yo, la mirada iba más adentro esta vez, en la fantasía viva que nos había abierto la primera puerta de la nueva etapa de nuestra relación. Me dijo “soy tuya sin reservas, te quiero sin reservas. Soy tu fantasía, tus fantasías y tu serás las mías ¿verdad?”.

      No hablamos una palabra más en el camino donde pudimos respirar la tranquilidad más sensual desde que la conocí, hasta que llegamos a su departamento empezamos a repasar los detalles, a intercambiarnos impresiones, a describirnos las sensaciones y a canjearnos fantasías. 

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