Anteriormente les conté, el principio de
mi historia con Cecilia, la madre de mis pacientes, y como les dije en ese
momento, la historia no termino ahí, sino que duro muchos años. Tendrán que
creerme si les digo que no fue solo una cuestión de calentura, sino, que hubo
amor, de esos que son imposibles, porque ambos teníamos otras historias, pero
también había entre nosotros “mucho calor”.
En una oportunidad, ella debió ser
intervenida quirúrgicamente, en una cirugía sencilla, correctora, de unas
varices en las piernas, por lo que quedo la noche descansando en el hospital.
Al ser yo médico, pude pasar a visitarla tarde (en la Argentina, las visitas
son hasta las 7:00 PM), una vez que hube terminado con mi consultorio, con el
solo fin de acompañarla.
Me senté a su lado y me tomo la mano
suavemente, por lo que yo me incorpore, y le di un pico en la boca, que se
siguió de otro, y otro más, hasta que concluyo en una beso largo y profundo,
con nuestras lenguas trenzadas, en un remolino, su saliva, la mía.
En ese momento, pensé en lo que estaba
haciendo; ella estaba recién operada, ya sin los efectos de la
anestesia, y por suerte sin dolor, y me detuve. No me dejo; con un mano me tomo
de la corbata, y arrimo su boca a la mía, mientras con la otra, me agarraba el
pedazo, que estaba “así de grande”, y me lo apretaba.
Pero mi boca, no fue a la suya. En el
camino, se desvió, y fue directamente a sus tetas, que surgían libres debajo
del camisolín, la boca en una, una mano en la otra, mientras que la mano libre,
busco el tajo, que aguardaba tibio que alguien se hiciera cargo de él.
En ese momento me detuve. Ella jadeando me
pregunto qué pasaba, y yo sin decir nada, fui hasta la puerta de la habitación
y la cerré con tranca.
De nuevo al lado de la cama, retomamos
donde habíamos dejado, o casi, porque me saco la corbata, desabotono
mi camisa lentamente, y me empezó a franelear los pezones y a mordérmelos
suavemente (ante estas situaciones, me pierdo), yo ya no sabía qué hacer con
mis manos, cuando empecé a sentir que la bombacha se humedecía lentamente. Pase
debajo de ella y mientras con un dedo, giraba sobre su clítoris,
con otros dos, entraba lentamente en su tajo.
Al estar toda vendada, sabía que las
posibilidades de sexo, ese día, estaban vedadas, pero de ahí no me iría, sin
algo como consuelo, por lo que tomaron más vigor mis movimientos, cuando un
leve quejido empezó a fluir de su garganta, con cuidado para que no nos oyeran
las enfermeras. Al instante, pude comprobar que las intenciones de ella, eran
las mías porque se incorporó de la cama, con mi pija en su mano como manija, y
la llevo a su boca, donde la suavidad, le duro poco tiempo, ya que en segundos,
la entraba y sacaba de su boca, rápidamente, su lengua la envolvía, su saliva
la lubricaba, y fui yo, el que comenzó a rebuznar calladamente. Me subí a la
cama lentamente, y sin sacarla de su boca, le separe suavemente las piernas, e
introduje mi cabeza entre ellas para llegar con mi lengua a su clítoris,
mientras con los dedos de una mano, jugaba dentro de su tajo. Al instante, los
dos estábamos que no nos conteníamos, y nuestros movimientos fueron más y más
rápidos, más y más fuertes, más y más dulces.
Yo acabe en su boca, en una
explosión de tiempo incalculable, en el mismo instante que ella, acababa en la
mía. Sus mejillas estaban rojas; de calor, no de vergüenza.
Quede un rato jugando con sus tetas, ella
con la mía, mientras nos enfriábamos lentamente.
Quedamos que en cuanto se recuperara, nos
encontraríamos a solas, para terminar lo que ese día habíamos empezado, aunque
ese día, “si que habíamos terminado”.
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